La ciencia ficción íntima e impresionista de ‘Proyecto Lázaro’

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Proyecto Lázaro

El español Mateo Gil acaba de hacer su aportación a la ciencia ficción española con el reciente estreno de Proyecto Lázaro (2016), una película sobre el futuro de la tecnología médica en la que lo importante, sin embargo, es su trama emocional.Si bien se trata de la única obra del género que ha dirigido este cineasta, no es ni la primera vez que lo aborda en sus guiones y ni tan siquiera que usa los ingredientes fundamentales que la componen. Siendo colaborador habitual de su exitoso compatriota Alejandro Amenábar desde el sobrevalorado thriller que es Tesis (1996), cuya historia perfiló con él, luego coescribió el libreto del correcto drama psicológico Abre los ojos (1997), de la que el estadounidense Cameron Crowe hizo el innecesario remake Vanilla Sky (2001) y con la que Proyecto Lázaro comparte una de las decisiones sustanciales del protagonista y la amplitud de sus enredos románticos, ya no sólo por las personas involucradas en ellos, sino también debido a ciertas conductas descritas con suma claridad.

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Tras su primer largo, la fallida intriga de Nadie conoce a nadie (1999), volvió a escribir un guion a cuatro manos con Amenábar, el de la multipremiada Mar adentro (2004), espléndido dramón en el que ya trataba la otra resolución importante del personaje central de su nuevo filme. Y después de coescribir con su director el de la afiladísima El método (Marcelo Piñeyro, 2005) y el de la histórica Ágora (2009), trabajo menor de Amenábar, y de rodar la que hoy por hoy, con permiso de su agudo cortometraje Allanamiento de morada (1998), podemos señalar como su mejor película, el western crepuscular Blackthorn (2011), ha tardado cuatro años en tener lista Proyecto Lázaro con un ridículo presupuesto de siete millones de euros, el cual está muy claro que ha sabido aprovechar bien.

La insistencia de Gil en determinados elementos narrativos principales, sobre todo con una filmografía no muy extensa, no la favorece en absoluto aunque estos figuren en películas que él no ha dirigido, pues da la sensación de su repertorio de ideas no es muy extenso, en especial si los espectadores bien informados se percatan de esta circunstancia mientras ven Proyecto Lázaro. Y, pese a que algún avispado podría preguntar entonces por qué Woody Allen puede contarnos casi siempre variaciones de la misma historia en sus filmes y no se le recrimina, estos elementos son tan específicos y acotables que no podemos considerarlos intereses propios de cualquier narrador con autoría.Ahora bien, dado que dichos elementos no tienen relación alguna con el contexto cinematográfico general en que se estrena la película, es decir, no se relacionan de ningún modo con el desarrollo narrativo del séptimo arte, tampoco pueden influir en una evaluación crítica de la obra, que se desenvuelve impecablemente, sin arritmia alguna, colocando las piezas del puzle en torno al joven Marc Jarvis y las determinaciones más trascendentales que toma en su vida, con brincos adelante y atrás en el tiempo que hacen del filme algo más complejo de lo que podría resultarnos con un relato lineal y, además, por su conveniente e inquieto montaje impresionista con voz en off.

La insistencia en las imágenes de un salto y la zambullida en el agua ya había sido un recurso narrativo en Mar adentro, ineludible por otra parte, y esa forma de recorrer con la mano el cuerpo femenino la había utilizado antes en el supuesto terror televisivo de la impostada e inverosímil Regreso a Moira (2006). Por otra parte, justo es decir que algunos elementos tecnológicos traen a la memoria episodios de Black Mirror (Charlie Brooker, desde 2011) como “The Entire History of You” (1x03), y más de uno recuerda a los de la serie Westworld (Jonathan Nolan y Lisa Joy, desde 2016), aunque la cercanía de fechas de producción nos impide asegurar que los haya tomado consciente o inconscientemente de ella.

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La relevancia de la intimidad vital en el filme y su impresionismo entroncan con los del delicioso corto Last Day Dream (Chris Milk, 2009), con el estilo narrativo de Mr. Nobody (Jaco Van Dormael, 2009) o de Terrence Malick (The Tree of Life, 2011) en cierta manera y con otra película de ciencia ficción más reciente, la pulcra y emocionante Arrival (Denis Villeneuve, 2016). Y todo el bombardeo de antecedentes cinematográficos en la mente de un cinéfilo al contemplar la película, que le restan valor a la hechura de Proyecto Lázaro por su misma anterioridad, sí la desmerecen debido a ello.El reducido reparto principal se defiende encarnando a sus personajes, pero no parece que Gil se haya aplicado demasiado en la dirección de actores. Tom Hughes (About Time), que también produce, la piolínica Charlotte Le Bon (The Walk) y Barry Ward (Jimmy’s Hall) nos ofrecen unas interpretaciones de poco interés como Marc Jarvis, Elizabeth y el doctor West respectivamente, pero su frialdad, junto con la lejanía que deriva del impresionismo sin mayor profundización, reducen bastante el impacto emocional del filme; y a la Naomi de Oona Chaplin (Game of Thrones), más apasionada que ellos, se la nota un tanto desdibujada.

7Así que Proyecto Lázaro, el tercer largometraje realizado por Mateo Gil y nuevo ejemplo de ciencia ficción intimista, queda en un aceptable ejercicio de género con buen ritmo, en una acertada apuesta impresionista que se ve lastrada por su tibieza emocional y el recuerdo de otros filmes que jugaron las mismas cartas y lo hicieron mejor.- El reducido presupuesto del filme bien aprovechado por el diretor Mateo Gil. - El desarrollo y el ritmo impecables. - El conveniente e inquieto montaje impresionista.- Que se recuerdan unos cuantos antecedentes cinematográficos al verla, y esto le restan valor. - Que no parece que Mateo Gil se haya aplicado demasiado en la dirección de actores. - Que la frialdad de las actuaciones y la lejanía del impresionismo sin profundizar reduce la emotividad.



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