Feliz San Valentín: te contamos nuestras peores citas

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Feliz San Valentín: te contamos nuestras peores citas

El amor es complicado.

I Love Lisa tiene por nombre uno de los mejores episodios de los Simpson que ilustra a la perfección la mala química que puede haber entre dos personas tan distintas como el agua y el aceite. En el episodio, Ralph no recibe ninguna tarjeta por el día de San Valentín y Lisa siente lástima por él regalandole así la famosa tarjeta del trenecito "I choo choose you". Pocos minutos después y a causa de un malentendido, Lisa se encuentra en la peor cita de su vida y rompe en cámara lenta el joven corazón de Ralph en pleno show del Payaso Krusty.

La verdad es que todos hemos sido Lisa en algún momento de nuestras vidas y si no lo hemos sido es porque seguramente hemos sido el Ralph de alguien. Le preguntamos al staff de Hipertextual cuál había sido su peor cita y esto fue lo que nos platicaron.

Victoria

Creo que la peor cita que he tenido fue una que ocurrió en la universidad. Hicimos una quedada para ir al cine a ver una película todos los de la clase, los chicos elegían a las chicas. Y en ese tiempo estábamos en época de exámenes y yo ni caso al tema. Pero, el que me eligió parecía estar enamoradete de verdad, vino todo vestido como para salir y hasta me trajo una rosa. Lo malo del cuento fue que tuve que preguntarle su nombre. El pobre chico, llevaba todo el curso sentándose detrás de mí. Después del corte se desapareció y me pasé toda la tarde con la rosa para allá y para acá.

Mónica

No sé si fue la peor cita de mi vida, pero sin duda no se me olvida. Una amiga mía empezó a salir con un chico y me organizó una cita a ciegas con un amigo de su nuevo novio para que saliéramos los cuatro. La verdad es que no estaba mal mi cita: era alto, moreno, ojos claros. Lo malo es que era bastante tímido y costaba mucho sacarle un tema de conversación.

Nos fuimos todos al cine (obvio, mi amiga con su chico dándose el lote toda la película) y al salir fuimos a dar una vuelta. Yo iba caminando al lado de mi cita, cada vez más callado. En un esfuerzo por sacar un buen tema de conversación, de repente me suelta: "Bueno, ¿y tú qué piensas del cambio climático?" ¡Vaya iluminao! No me puede aguantar la risa y, aunque conseguimos romper un poco el hielo, no lo volví a ver. Imaginaos que sigo quedando con él y a la siguiente cita me pregunta qué pienso de las armas nucleares...

Javier Monfort

Mi peor cita, aunque suene extraño, fue con mi pareja actual, con la que llevo siete años. Había tenido varias citas antes y había estado con otras chicas, pero nunca con una de la que estuviera realmente enamorado.

De hecho, ella y yo ni siquiera nos habíamos besado todavía y los nervios se cebaron conmigo: tenía ligeros tartamudeos, las manos y pies congelados, mariposeo excesivo en la barriga, silencios incómodos. Ella, la verdad sea dicha, tampoco puso mucho de su parte para normalizar la situación. La guinda del pastel fue nuestra despedida: después de varias horas juntos, de camino a su portal, tocaba ir pensando en el que sería nuestro primer beso. Mi yo más triste, pringado y nervioso, en lugar de actuar sin más, le espetó un ridículo "Bueno, dos besos, ¿no?" y pasamos a despedimos como lo harías de tu vecino del cuarto o de tu abuela (sí, de nuevo ella tampoco puso demasiado empeño). Todavía, siete años después, sigo sin saber de dónde salió esa versión tan absurda e inexplicable de mí mismo. Mirando el lado bueno, desde aquello todo podía ir a mejor.

Javier Lacort

Tenía 16 años y estaba con mi primera novia. En esa época, cenar fuera era, por defecto, en el McDonald’s. En los días muy especiales se podía ir al chino. Esa era la realidad de un chico de pueblo y de clase baja.

Un día al principio de la relación se me ocurrió llevarla a un brasileño para impresionarla, ya que ella titubeaba un poco y no se implicaba tanto en la relación como yo. Una cena así, con tamaño esfuerzo intelectual por sorprenderla, podía añadirse a mis armas mitológicas para librar la batalla, otra trompeta con la que derribar los muros de Jericó.

Vi que el buffet libre (¿acaso hay palabras más hermosas durante la adolescencia que “buffet libre”?) costaba 9,95 euros y me vi capaz de afrontar ese tremendo esfuerzo. Cuando acabamos de cenar y sacaron la cuenta, el ticket marcaba 48 euros. El camarero me tumbó con la frase “No, ese precio es para mediodía y entre semana”. Yo únicamente llevaba encima un billete de 20 euros, y todo el capital acumulado que tenía en casa era de unos 23,80 euros. Tuvo que ir mi novia, que vivía cerca, a su casa a por dinero para pagar, y explicarle la visita fugaz a sus padres. Fue humillante y desde entonces, diez años después, no he vuelto a pisar un brasileño, cual perro de Pavlov.

Juan Soler

Salí con la amiga de una amiga. Quedamos por la noche en septiembre, a principios del curso escolar. Bebimos juntos, la cosa estaba muy bien y nos vamos juntos. En resumen, la piba había bebido bastante y me vomitó encima en plena calle. Cuando digo “encima” me refiero a mi cara. Le acompañé a casa de una amiga y le dejé mi sudadera porque hacía bastante fresquilllo. Esa noche perdí parte de mi dignidad y una sudadera de 100 pavos porque a ella le dio tanta vergüenza que nunca más me cogió el teléfono. Mis dieses.

Alejandra

La peor cita de todas fue el día que descubrí que el chico con el que estaba quedando desde hacía unas cuántas citas más no era lo que me había parecido en un primer momento. No habíamos ido a cenar nunca, por lo que después de varias veces quedando pues decidimos ir a algún sitio bonito; eligió él, a lo que supuse que me invitaría, además era un lugar súper caro. El resultado fue que terminamos pagando a medias, básicamente me obligó a ello (fueron 50 euros por cabeza). Yo no suelo llevar dinero en efectivo, así que terminé pagando la cuenta de los dos. Tuvimos que quedar más veces para igualar las cuentas... Pero lo peor es que durante la cita me habló de su familia entera, hasta de los primos segundos de Cuenca. Tenía familitis crónica y TODO lo hacían juntos. Yo ya no sabía donde meterme.

Valeria

En alguna ocasión salí con un chico que me gustaba mucho y quedamos de ir al cine a una peli de la que todo el mundo estaba hablando en ese momento. Total que quedamos de vernos media hora antes de la función y a mí se me cruzaron varias cosas y me retrasé. Le avisé al chico en cuestión que llegaría tarde y cuando finalmente llegué me disculpé y le dije que entraramos a la sala. Entonces me preguntó si ya tenía mi boleto. Hasta entonces yo asumí que él lo había comprado porque ese día era 2x1 y costaba unos tres euros.



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